...a 500,000 metros sobre el nivel del mar: Omar, El buitre, El rambo y El cabeza
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Cuatro imbeciles tomandose fotos estupidas...
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AÑO NUEVO 2006/2007
INTRODUCCIÓN
El año nuevo trajo como gran novedad que no teníamos ni idea de que diablos íbamos a hacer para celebrarlo, asi que, resignados, decidimos ir a cieneguilla con el único objetivo de pasarlo lo menos cagado posible. Este plan, sin embargo, resultó más complejo de lo que pensábamos ya que se tenían que resolver (digo “se tenían” porque nosotros no pensábamos resolver nada) las siguientes situaciones:
1.- ¿Como diablos iba a entrar un campamento de 20 personas en un jardin de 37 metros cuadrados? (invitados de Rambo)
2.- ¿Que clase de especimenes iba a traer Omar, quien había invitado a 3 amigos suyos quienes, según él, habían alcanzado el mismo desarrollo evolutivo que él.?
3.- Frente a tanta gente nueva …¿teníamos que portarnos decentemente durante 3 días enteros?
Antes de empezar la crónica, debo dirigirme a los padres de familia de esos tres muchachos quienes nos confiaron a sus hijos en las celebraciones de año nuevo, para asegurarles que sus hijos han estado en muy buenas manos y se han divertido mucho, tal como lo ilustran las fotos subsiguientes, las cuales sinceramente esperamos nunca jamás lleguen a ver.
LA LLEGADA
Resumen del plan: Rambo debía llegar primero con sus invitados en la mañana del Sábado; el cabeza y yo en la tarde, y Omar y sus amigos iban a llegar en la tarde también con el padre de uno de ellos quien quería asegurarse donde y sobre todo con que clase de sujetos estaba dejando a su retoño. Obviamente, el hombre se iría muy nervioso.
El cabeza y yo llegamos a eso de las 4 de la tarde, con el plan de llegar y encontrar la música a todo volumen, gritos despreocupados levantando carpas y todo lo que implica el inicio de un campamento nutrido de gente. Lo que encontramos es a Rambo solo parado en la puerta, con su cara de poto # 27, los brazos cruzados y una pregunta no poco común : “donde mier#* han estado?”
Sucede que se tuvo que quedar cuidando las carpas y las cosas mientras toda la gente se iba un rato a no sabemos donde, ya que había una puerta lateral que no se podía cerrar y todos querían dar una vuelta por ahí. Este hecho nos obligó a pensar por un momento en cambiarle el nombre de pila de Rambo por Guachimán de Carpa, pero la iniciativa no fue bienvenida por él.
Luego de un afectuoso intercambio de lisuras y lapos con el Rambo, fuimos a dejar nuestras provisiones para los tres días: 2 panetones y un paquete de mantequilla. El único contratiempo fue que no entraron en ninguna de los refrigeradores que rebalsaban de lasagna, tallarines, conservas, causas rellenas, chorizos, jamones, quesos, cremas, gaseosas, etc etc y etc…que por supuesto, habían traído los invitados de Rambo.
El cabeza, avergonzado de tanta miseria, decidió sacar un cooler y llevarlo al cuarto para guardar ahí nuestras provisiones. Lamentablemente, no teníamos hielo, por lo que la mantequilla, único habitante del cooler, se deshizo como una sopa (aunque eso facilitó luego untarla en el panetón).
Al rato llegó una camioneta que ingresó por la puerta principal y de la cual salió Omar en primera instancia y luego sus tres congéneres. El señor que manejaba, evidentemente padre de uno de ellos, bajó también e inmediatamente preguntó por la persona responsable que estaba a cargo del “paseo”. El cabeza, que acababa de salir del baño sin polo, se presentó como tal, luego de lo cual, el señor, pasmado, volvió a preguntar por la persona responsable que estaba a cargo del paseo.
Una vez que pudimos convencer al señor de que no se lleve a su hijo, lo despedimos amablemente y nos comprometimos a devolverle a su hijo sin ningún daño físico ni trastorno mental. Una vez que se fue, empezamos a ponerles apodos a todos y los mandamos a que rastrillen el gras, sin polo y sin repelente, para que se aclimaten a la terrible cantidad de mosquitos que abundan en Cieneguilla.
Luego llegarían los dueños de tooda la comida mencionada líneas arriba, con lo cual se completaba la lista de asistentes. Solo quedaba esperar la primera noche.
LA PRIMERA NOCHE (30-DIC)
La primera noche fue tímida. Con el olor de spaghettis y salsa de champignones que quedó en la cocina, luego de que todos cenaran, el cabeza y yo comimos nuestro panetón con mantequilla. Omar y sus amigos comieron un pan de molde con medio hot dog cada uno, y por supuesto, la sobras de los spaghettis que no tuvieron vergüenza en rebuscar en las bolsas de basura. El Rambo se comió una lata de frejoles fria que tenía un vencimiento de abril de 1999 asegurando, frenetico y a boca llena, que era lo más rico que había probado en toda su vida.
Todos se dispusieron a pasar una noche moderada y no gastarse para la noche siguiente. El Rambo, como siempre sabio, extremando cuidados con su maltratadísimo y hepatítico hígado, tuvo la precaución de chuparse todo lo que se le puso al frente, por lo que ahora ya no podrá tomar, fumar, ni comer grasas nunca jamás.
Nota aparte merece la excursión nocturna al oscuro cerro en que se debía de asustar a las mujeres, lo cual no tuvo éxito alguno. Omar, empecinado en generar miedo hasta el grado de pánico, y haciendo gala de su precaria imaginación, se la pasó tirando piedras y eructos para luego negarlos; e inventando historias macabras que daban risa, y sólo llegó a asustarnos a todos cuando casi se cae por el cerro cuesta abajo.
Luego de eso, la noche se escurrió entre las mesas, botellas, vasos y naipes, y se apagó lentamente mientras el sonido de los grillos crecía y cada personaje desaparecía entre las carpas. Siempre quedaba un cuchicheo con voz de Rambo, quien ebrio, profería incoherencias.
La tarde fue más que tranquila (sobre todo para Rambo que estaba hecho una desgracia)…piscinas, comida decente, sol tenue y descanso moderado. El final de la tarde nos encontró en una bodega de cieneguilla, la cual nos provisionó de todo lo necesario para el año nuevo.
La noche empezó tibia, con acusación de tela, por lo que las botellas se abrieron más rápido y la música pacharaca obligó al toneo. Desde ese momento, la memoria de quien escribe se torna confusa, y los recuerdos son imágenes con sonidos entrecortados, de entre los cuales, como flashbacks, puedo si quiera apenas recordar a todo el mundo ebrio, a Rambo adolorido con las manos en el hígado, al cabeza en el piso abrasado con un hombre al que fue muy difícil rescatarlo de tan vigoroso apresamiento, a Omar abrasado con sus amigos llorando y exclamando, con el puño en el aire, que este era el mejor año nuevo de toda su vida.
Desde ese momento recuerdo despertar en el cuarto y sentir aún la oscuridad que precede a la madrugada. Escuchaba los gritos desaforados del cabeza que, en las mesas, puso como destino de sus encolerizados guapeos a uno de los amigos de Rambo, quien tenía 20 años.
LA COLERA DE LA CABEZA
El Cabeza, a sus 32 años, increpaba al asustado muchacho que por qué no quería seguir “chupando” con él. Al parecer, no estaba conforme con que, a las cinco de la mañana, todos se hayan ido a dormir. El pobre chico trataba de explicarle que ya se había acabado todo el trago y que ya que, el cabeza había sido quien se lo había tomado casi todo, no estaba en condiciones de manejar para ir a comprar.
El cabeza no entendía razones y seguía renegando mientras se limpiaba la baba con el antebrazo y se tambaleaba con una botella en la mano a punto de quedar vacia. Fui a ayudar al muchacho quien me pedía, por favor, lo haga entrar en razón. El cabeza lo empezó a jalar del brazo para llevarlo al carro a ir a comprar. Yo le pregunté si pensaba que en ese estado iba a poder siquiera arrancar el carro. Me respondió, con un sonoro eructo, el cual debe haber despertado a todo el campamento, que si; y siguió su camino raudo hacia su automóvil. Luego soltó del brazo y botó al chico como un guiñapo humano, no sin antes decirle “marica!”, luego de lo cual entró a su carro después de 5 minutos de forcejear desordenadamente con la manija. Se escuchó el estruendo violento del motor y desapareció dejando una bruma de polvo.
Nos quedamos preocupados esperando su retorno, mientras, el perplejo y asustado muchacho se sobaba el brazo y me preguntaba si no me parecía el cabeza un poco necio. Esperamos aproximadamente media hora después de la cual el estruendo de un motor, que se acercaba como un avión, nos hizo salir a la puerta principal. El sonido se hacia cada vez más fuerte, y pudimos ver las dos luces que se aproximaban a una velocidad endiablada y que dejaban tras de si montañas de humo y tierra. Pude reconocer el automóvil negro de la cabeza y nos tranquilizamos al saber que estaba vivo. Me percaté que la ferocidad del motor no disminuía, y lo comprobé cuando se pasó de largo, sin parar, en dirección al rio. A lo lejos escuchamos un ensordecedor chirrido y vimos que las luces se habían detenido. Por el sentido y el movimiento de ellas, nos dimos cuenta que el carro se estaba dando media vuelta, botando un par de cilindros de basura, para enrumbar furiosamente de regreso.
Salió del carro tambaleándose con 4 cervezas en la mano y guapeando para seguir chupando. Yo, me fui a dormir.
LA DESPEDIDA
Al día siguiente no podía levantarme con facilidad, y, mas bien, escuchaba claramente como ya todos arreglaban sus enseres para partir. Escuchaba la voz del cabeza, muy hospitalario, saludar a todos con un buenos días y un tono de lo más sonriente. Pude ver, por los vidrios del cuarto, como hasta tendía los manteles mientras, jolgorioso, tarareaba una canción.
La gente ya se despedía y se tomaba fotos comunales, en las cuales Rambo salía con unos lentes oscuros que le tapaban las tres cuartas partes de su hepática y resaqueada cara, y el Cabeza salía con una sonrisa tan primaveral como el sol que nos calentaba. El pobre chico, aún asustado, procuraba mantenerse al otro extremo del Cabeza.
Más tarde, el padre del amigo de Omar tuvo la gentileza de ayudar a cargar a su hijo y a los amigos de Omar, y meterlos a su carro junto con sus ropas vomitadas. Le advertimos que tenga mucho cuidado al momento de desenvolver la carpa y, sobre todo, de desenrollar los sleepings, los cuales necesitaban lavado inmediato. Al parecer tenía algún compromiso urgente porque se fue muy apresurado y sin despedirse. No había tiempo para más, ya era el 2007.
El año nuevo trajo como gran novedad que no teníamos ni idea de que diablos íbamos a hacer para celebrarlo, asi que, resignados, decidimos ir a cieneguilla con el único objetivo de pasarlo lo menos cagado posible. Este plan, sin embargo, resultó más complejo de lo que pensábamos ya que se tenían que resolver (digo “se tenían” porque nosotros no pensábamos resolver nada) las siguientes situaciones:
1.- ¿Como diablos iba a entrar un campamento de 20 personas en un jardin de 37 metros cuadrados? (invitados de Rambo)
2.- ¿Que clase de especimenes iba a traer Omar, quien había invitado a 3 amigos suyos quienes, según él, habían alcanzado el mismo desarrollo evolutivo que él.?
3.- Frente a tanta gente nueva …¿teníamos que portarnos decentemente durante 3 días enteros?
Antes de empezar la crónica, debo dirigirme a los padres de familia de esos tres muchachos quienes nos confiaron a sus hijos en las celebraciones de año nuevo, para asegurarles que sus hijos han estado en muy buenas manos y se han divertido mucho, tal como lo ilustran las fotos subsiguientes, las cuales sinceramente esperamos nunca jamás lleguen a ver.
LA LLEGADA
Resumen del plan: Rambo debía llegar primero con sus invitados en la mañana del Sábado; el cabeza y yo en la tarde, y Omar y sus amigos iban a llegar en la tarde también con el padre de uno de ellos quien quería asegurarse donde y sobre todo con que clase de sujetos estaba dejando a su retoño. Obviamente, el hombre se iría muy nervioso.
El cabeza y yo llegamos a eso de las 4 de la tarde, con el plan de llegar y encontrar la música a todo volumen, gritos despreocupados levantando carpas y todo lo que implica el inicio de un campamento nutrido de gente. Lo que encontramos es a Rambo solo parado en la puerta, con su cara de poto # 27, los brazos cruzados y una pregunta no poco común : “donde mier#* han estado?”
Sucede que se tuvo que quedar cuidando las carpas y las cosas mientras toda la gente se iba un rato a no sabemos donde, ya que había una puerta lateral que no se podía cerrar y todos querían dar una vuelta por ahí. Este hecho nos obligó a pensar por un momento en cambiarle el nombre de pila de Rambo por Guachimán de Carpa, pero la iniciativa no fue bienvenida por él.
Luego de un afectuoso intercambio de lisuras y lapos con el Rambo, fuimos a dejar nuestras provisiones para los tres días: 2 panetones y un paquete de mantequilla. El único contratiempo fue que no entraron en ninguna de los refrigeradores que rebalsaban de lasagna, tallarines, conservas, causas rellenas, chorizos, jamones, quesos, cremas, gaseosas, etc etc y etc…que por supuesto, habían traído los invitados de Rambo.
El cabeza, avergonzado de tanta miseria, decidió sacar un cooler y llevarlo al cuarto para guardar ahí nuestras provisiones. Lamentablemente, no teníamos hielo, por lo que la mantequilla, único habitante del cooler, se deshizo como una sopa (aunque eso facilitó luego untarla en el panetón).
Al rato llegó una camioneta que ingresó por la puerta principal y de la cual salió Omar en primera instancia y luego sus tres congéneres. El señor que manejaba, evidentemente padre de uno de ellos, bajó también e inmediatamente preguntó por la persona responsable que estaba a cargo del “paseo”. El cabeza, que acababa de salir del baño sin polo, se presentó como tal, luego de lo cual, el señor, pasmado, volvió a preguntar por la persona responsable que estaba a cargo del paseo.
Una vez que pudimos convencer al señor de que no se lleve a su hijo, lo despedimos amablemente y nos comprometimos a devolverle a su hijo sin ningún daño físico ni trastorno mental. Una vez que se fue, empezamos a ponerles apodos a todos y los mandamos a que rastrillen el gras, sin polo y sin repelente, para que se aclimaten a la terrible cantidad de mosquitos que abundan en Cieneguilla.
Luego llegarían los dueños de tooda la comida mencionada líneas arriba, con lo cual se completaba la lista de asistentes. Solo quedaba esperar la primera noche.
LA PRIMERA NOCHE (30-DIC)
La primera noche fue tímida. Con el olor de spaghettis y salsa de champignones que quedó en la cocina, luego de que todos cenaran, el cabeza y yo comimos nuestro panetón con mantequilla. Omar y sus amigos comieron un pan de molde con medio hot dog cada uno, y por supuesto, la sobras de los spaghettis que no tuvieron vergüenza en rebuscar en las bolsas de basura. El Rambo se comió una lata de frejoles fria que tenía un vencimiento de abril de 1999 asegurando, frenetico y a boca llena, que era lo más rico que había probado en toda su vida.
Todos se dispusieron a pasar una noche moderada y no gastarse para la noche siguiente. El Rambo, como siempre sabio, extremando cuidados con su maltratadísimo y hepatítico hígado, tuvo la precaución de chuparse todo lo que se le puso al frente, por lo que ahora ya no podrá tomar, fumar, ni comer grasas nunca jamás.
Nota aparte merece la excursión nocturna al oscuro cerro en que se debía de asustar a las mujeres, lo cual no tuvo éxito alguno. Omar, empecinado en generar miedo hasta el grado de pánico, y haciendo gala de su precaria imaginación, se la pasó tirando piedras y eructos para luego negarlos; e inventando historias macabras que daban risa, y sólo llegó a asustarnos a todos cuando casi se cae por el cerro cuesta abajo.
Luego de eso, la noche se escurrió entre las mesas, botellas, vasos y naipes, y se apagó lentamente mientras el sonido de los grillos crecía y cada personaje desaparecía entre las carpas. Siempre quedaba un cuchicheo con voz de Rambo, quien ebrio, profería incoherencias.
AMANECER EL 31 DE DICIEMBRE
Luego de acostarnos a las 5 am en Promedio, el gallo tocó vigorosamente la amanecida del campamento a las 5 y 30 am, con lo que el despertar fue un solo de lisuras y denuestos. El desayuno fue panetón con mantequilla para unos, desayuno continental para otros, y pan de molde con agua para los otros. No es difícil saber quienes comieron qué. Rambo desayunó agua y un hepaviontas.
La tarde fue más que tranquila (sobre todo para Rambo que estaba hecho una desgracia)…piscinas, comida decente, sol tenue y descanso moderado. El final de la tarde nos encontró en una bodega de cieneguilla, la cual nos provisionó de todo lo necesario para el año nuevo.
LA NOCHE DEL 31
Los preparativos empezaron en la cocina, con sendas botellas de todo tipo de bebidas alcohólicas preparadas casi profesionalmente. Para Omar y sus amigos preadolecentes, el Cabeza estaba preparando leche con Milo (así me dijo que escribiera), y bueno, parece que la leche estaba un poco fermentada y les cayó algo mal (así también me dijo que escribiera).
La noche empezó tibia, con acusación de tela, por lo que las botellas se abrieron más rápido y la música pacharaca obligó al toneo. Desde ese momento, la memoria de quien escribe se torna confusa, y los recuerdos son imágenes con sonidos entrecortados, de entre los cuales, como flashbacks, puedo si quiera apenas recordar a todo el mundo ebrio, a Rambo adolorido con las manos en el hígado, al cabeza en el piso abrasado con un hombre al que fue muy difícil rescatarlo de tan vigoroso apresamiento, a Omar abrasado con sus amigos llorando y exclamando, con el puño en el aire, que este era el mejor año nuevo de toda su vida.
Desde ese momento recuerdo despertar en el cuarto y sentir aún la oscuridad que precede a la madrugada. Escuchaba los gritos desaforados del cabeza que, en las mesas, puso como destino de sus encolerizados guapeos a uno de los amigos de Rambo, quien tenía 20 años.
LA COLERA DE LA CABEZA
El Cabeza, a sus 32 años, increpaba al asustado muchacho que por qué no quería seguir “chupando” con él. Al parecer, no estaba conforme con que, a las cinco de la mañana, todos se hayan ido a dormir. El pobre chico trataba de explicarle que ya se había acabado todo el trago y que ya que, el cabeza había sido quien se lo había tomado casi todo, no estaba en condiciones de manejar para ir a comprar.
El cabeza no entendía razones y seguía renegando mientras se limpiaba la baba con el antebrazo y se tambaleaba con una botella en la mano a punto de quedar vacia. Fui a ayudar al muchacho quien me pedía, por favor, lo haga entrar en razón. El cabeza lo empezó a jalar del brazo para llevarlo al carro a ir a comprar. Yo le pregunté si pensaba que en ese estado iba a poder siquiera arrancar el carro. Me respondió, con un sonoro eructo, el cual debe haber despertado a todo el campamento, que si; y siguió su camino raudo hacia su automóvil. Luego soltó del brazo y botó al chico como un guiñapo humano, no sin antes decirle “marica!”, luego de lo cual entró a su carro después de 5 minutos de forcejear desordenadamente con la manija. Se escuchó el estruendo violento del motor y desapareció dejando una bruma de polvo.
Nos quedamos preocupados esperando su retorno, mientras, el perplejo y asustado muchacho se sobaba el brazo y me preguntaba si no me parecía el cabeza un poco necio. Esperamos aproximadamente media hora después de la cual el estruendo de un motor, que se acercaba como un avión, nos hizo salir a la puerta principal. El sonido se hacia cada vez más fuerte, y pudimos ver las dos luces que se aproximaban a una velocidad endiablada y que dejaban tras de si montañas de humo y tierra. Pude reconocer el automóvil negro de la cabeza y nos tranquilizamos al saber que estaba vivo. Me percaté que la ferocidad del motor no disminuía, y lo comprobé cuando se pasó de largo, sin parar, en dirección al rio. A lo lejos escuchamos un ensordecedor chirrido y vimos que las luces se habían detenido. Por el sentido y el movimiento de ellas, nos dimos cuenta que el carro se estaba dando media vuelta, botando un par de cilindros de basura, para enrumbar furiosamente de regreso.
Salió del carro tambaleándose con 4 cervezas en la mano y guapeando para seguir chupando. Yo, me fui a dormir.
LA DESPEDIDA
Al día siguiente no podía levantarme con facilidad, y, mas bien, escuchaba claramente como ya todos arreglaban sus enseres para partir. Escuchaba la voz del cabeza, muy hospitalario, saludar a todos con un buenos días y un tono de lo más sonriente. Pude ver, por los vidrios del cuarto, como hasta tendía los manteles mientras, jolgorioso, tarareaba una canción.
La gente ya se despedía y se tomaba fotos comunales, en las cuales Rambo salía con unos lentes oscuros que le tapaban las tres cuartas partes de su hepática y resaqueada cara, y el Cabeza salía con una sonrisa tan primaveral como el sol que nos calentaba. El pobre chico, aún asustado, procuraba mantenerse al otro extremo del Cabeza.
Más tarde, el padre del amigo de Omar tuvo la gentileza de ayudar a cargar a su hijo y a los amigos de Omar, y meterlos a su carro junto con sus ropas vomitadas. Le advertimos que tenga mucho cuidado al momento de desenvolver la carpa y, sobre todo, de desenrollar los sleepings, los cuales necesitaban lavado inmediato. Al parecer tenía algún compromiso urgente porque se fue muy apresurado y sin despedirse. No había tiempo para más, ya era el 2007.
El Perro Muerto...
Dado que no había mucho sol, era mediodía, y la situación se prestaba para realizar una exploración (con escalada incluida) por las montañas rocosas de cieneguilla, decidimos cruzar todo el follaje verde que separa la casa, de las faldas de la enorme montaña.
Al pie de ella, debíamos enrumbar por un camino que la circunda, y cruzar la cabaña maldita, en la cual quien escribe, se quemó la mano hace más de diez años en una orgía de alcohol y fuego.
Al cruzar por la cabaña abandonada, en la que tuvimos que sortear todos los panales de esas susceptibles abejas cieneguillences que te pican al primer eructo, pudimos percibir por nuestro sensibilizado olfato, un olor exageradamente nauseabundo, por lo que como es costumbre, empezamos a increpar a Rambo por su constante falta de respeto al ecosistema.
Omar, quien es el más diestro en estos avatares, nos dio la primera señal:
- “esto no es rambo…ni él podría hacer algo asi…”
Todos nos miramos preocupados…asi que seguimos caminando bordeando el cerro y alejándonos de la cabaña maldita. Caminando, se me ocurrió mirar hacia atrás, hacia la cabañita, y con mi vista de buitre, pude distinguir un animal cuadrupedo muerto, parecido a un chancho. Regresamos a trompicones exitados de curiosidad malsana hacia la cabañita, al lado de la cual estaba el animal. Al acercarnos, el olor se tornaba insoportable.
Era blanco, con manchas marrones, estaba tirado de costado y tenía la forma de un chancho pero con cara de perro. Resolvimos luego de intenso y acalorado debate, que no podía existir un chancho con cabeza de perro, por lo que debía tratarse de un perro gordo.
No era gordo, estaba inflado, y el cabeza moría en deseos de tomarle una foto. Era de nuestra cultura general que si estábamos cerca en el momento en que el perro hacía explosión, nos iba a dar Ántrax y nos íbamos a morir, por lo que decidimos enviar a Omar a que se acerque al pobre animal y le tome un par de fotos.
El desafortunado canino se encuentra exactamente en el mismo lugar porque nadie lo quiso limpiar, solo que con una tonelada de tierra encima…que en paz descanse.
Al pie de ella, debíamos enrumbar por un camino que la circunda, y cruzar la cabaña maldita, en la cual quien escribe, se quemó la mano hace más de diez años en una orgía de alcohol y fuego.
Al cruzar por la cabaña abandonada, en la que tuvimos que sortear todos los panales de esas susceptibles abejas cieneguillences que te pican al primer eructo, pudimos percibir por nuestro sensibilizado olfato, un olor exageradamente nauseabundo, por lo que como es costumbre, empezamos a increpar a Rambo por su constante falta de respeto al ecosistema.
Omar, quien es el más diestro en estos avatares, nos dio la primera señal:
- “esto no es rambo…ni él podría hacer algo asi…”
Todos nos miramos preocupados…asi que seguimos caminando bordeando el cerro y alejándonos de la cabaña maldita. Caminando, se me ocurrió mirar hacia atrás, hacia la cabañita, y con mi vista de buitre, pude distinguir un animal cuadrupedo muerto, parecido a un chancho. Regresamos a trompicones exitados de curiosidad malsana hacia la cabañita, al lado de la cual estaba el animal. Al acercarnos, el olor se tornaba insoportable.
Era blanco, con manchas marrones, estaba tirado de costado y tenía la forma de un chancho pero con cara de perro. Resolvimos luego de intenso y acalorado debate, que no podía existir un chancho con cabeza de perro, por lo que debía tratarse de un perro gordo.
No era gordo, estaba inflado, y el cabeza moría en deseos de tomarle una foto. Era de nuestra cultura general que si estábamos cerca en el momento en que el perro hacía explosión, nos iba a dar Ántrax y nos íbamos a morir, por lo que decidimos enviar a Omar a que se acerque al pobre animal y le tome un par de fotos.
El desafortunado canino se encuentra exactamente en el mismo lugar porque nadie lo quiso limpiar, solo que con una tonelada de tierra encima…que en paz descanse.
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